jueves, 13 de noviembre de 2008

Antonieta Rivas Mercado, una mujer tras los murales



Fue un día trágico para la catedral de Notre Dame; el 11 de febrero de 1931 el altar más sagrado de París fue profanado por la sangre de un suicida, se trataba de una mujer joven, mexicana y por lo tanto, guadalupana. ¿Quién sería?, se preguntaban, ¿a quién se le ocurre pegarse un tiro frente a la imagen de Cristo a medio día? Se trataba de Antonieta Rivas Mercado, todo un personaje en la incipiente clase intelectual del México posrrevolucionario.

Inteligente, culta, cosmopolita y heredera de una fortuna incalculable, la hija del arquitecto del “Monumento a la Independencia”, que todos conocemos como “El Ángel”, fue la mujer sobre la que estuvo cimentada una nueva generación de artistas y pensadores inspirados por la Revolución. Su espíritu de mecenas la convirtió en la madrina de la resurrección cultural que el país parecía tener tras los años de mayor agitación, ella abría las puertas y señalaba los caminos, develaba anonimatos y dejaba huellas que trascendían. Entre sus amigos y protegidos, brillan figuras como Diego Rivera, Manuel Rodríguez Lozano, Andrés Henestrosa, Salvador Novo y el mismo José Vasconcelos.

De sus recursos y esfuerzo nacieron una orquesta sinfónica, el teatro Ulises, y muchas otras obras, además de que su participación en ellas no se limitaba al apoyo económico, sino que se entregaba totalmente al involucrarse como actriz, intérprete, periodista, o lo que se necesitara, según fuera el caso. Sin embargo, la pregunta que quedará sin respuesta para siempre es ¿hasta dónde habría llegado esta gran mujer si tan sólo se hubiera dado la oportunidad de vivir? Pero los hubieras no existen, tras 31 años de vivir intensamente, dejaría su misión inconclusa y decorada por la sombra del misterio. Pero ¿por qué lo hizo?, ¿qué habría debajo del hábito de mujer ilustre, feminista y pensadora que ella portó toda su vida? La respuestas son muchas: una hija abandonada, una novia equivocada, una esposa frustrada, una madre desesperada, y por último, una amante ignorada, eso había, muchas otras “Antonietas” que se veían opacadas por la mujer adelantada a su tiempo que se dio a conocer al mundo.

En primer lugar, Antonieta no había tenido la formación de lo que llamaríamos “una niña normal”, no tuvo una figura materna sólida, para empezar, desde que nació su madre la rechazó por ser morena, y después la abandonó por seguir a un amante. Dejándola sola con su padre y a cargo e sus hermanos, por lo que desde muy joven se convirtió en la “mujer de la casa” en un país convulsionado por la Revolución.

La adolescencia de Antonieta se vio frustrada por el encierro y los problemas del país que habían hecho que todas las personas de su estrato social lo dejaran y emigraran a Europa y a Estados Unidos. Tras estas situaciones, los 18 años se casa con un norteamericano puritano, Albert Blair, quien había sido arrastrado por su espíritu de aventura y amistad con los Madero a ser partícipe de la causa revolucionaria mexicana.

Su matrimonio no funcionó nada bien, ella liberal y el conservador, a él le gustaba el campo y a ella la ciudad; por seguirlo se fue a vivir con él a un rancho a Zacatecas, pero el cambio le cayó muy mal, además de que no podían ponerse de acuerdo en la manera de educar a su hijo Donald Antonio, por lo que ella, en una acción desesperada por deshacer su matrimonio y regresar a la Capital, huye a México aprovechando que el niño de apenas unos meses había caído enfermo y necesitaba atención médica. Poco tiempo después solicita el divorcio junto con la custodia de su hijo, esto la llevaría a enfrentarse a un juicio y problemas con su familia que ella jamás hubiera imaginado.

Es
allí es cuando empieza a tener mayor participación en la vida cultural del país, su estado de ánimo que había quedado hecho pedazos a causa del divorcio empezaba a mejorar. Todo iba bien, hasta que se le ocurrió enamorarse del pintor Manuel Rodríguez Lozano, lo apoyaba, le escribía cartas que eran verdaderas obras literarias, pero nunca le hizo caso. Más tarde se uniría a la campaña de José Vasconcelos, convirtiéndose así en una pieza clave dentro de la contienda electoral. Le conseguía mítines, le ayudaba con sus discursos, le daba ideas, lo que hoy llamaríamos una asesora de imagen mezclada con muchas otras funciones que desempañaba, y además, era su compañera sentimental.

La campaña fue exitosa, aunque los resultados en la elección fueron desastrosos, había evidencias de fraude y por alguna u otra razón el sueño se desvaneció y Vasconcelos se retiró al exilio, primero en Estados Unidos y luego en París. Antonieta se le uniría para poner en marcha un nuevo proyecto desde Francia que consistiría en la publicación de una revista. Pero ya no era lo mismo, ya no tenía el mismo papel que tenía en la campaña, la derrota de la campaña le había dolido más a Antonieta que al que en realidad era el candidato, y ahora se sentía defraudada, relegada a segundo plano, desgastada por los problemas que tenía con su ex marido y, para sus estándares, empobrecida, pues su dinero le había sido confiscado al perder la custodia de su hijo. Se suicidó con la pistola de Vasconcelos, decidió acabar con ella misma, así castigaría a los culpables de su perdición, a Albert Blair, a Vasconcelos, y al tiempo, aquel que nunca pudo darle ni un momento…

Lecturas sobre Antonieta Rivas Mercado
Blair, Kathryn S. "A la sombra del Ángel", México: Patria Cultural, 1995

Bradu, Fabienne "Antonieta" México: Fondo de Cultura Económica, 1991